Nos alejamos un poco del centro histórico de la ciudad de Málaga por el Paseo Marítimo hacia el Este encontrándonos con el emblemático y genuino complejo de los Baños del Carmen antes de llegar al popular barrio de El Palo. Un enclave único del litoral malagueño por su valor histórico-artístico destruido por el paso de los años, años de desidia e inacción que han contribuido al avance de su deterioro e inhabilitación para el uso público, hasta el punto de poder afirmar que el estado actual del complejo se encuentra próximo a la ruina. Una situación que pudiera cambiar próxima y definitivamente, tras más de veinte años de intentos de rehabilitación fallidos, al darse a conocer un nuevo proyecto de capital privado que respalda el Ayuntamiento y que pretende transformarlo en una zona de explotación turística1.
Hito arquitectónico y social de la ciudad a principios del siglo XX, los Baños del Carmen formaron parte de la gran cantidad de proyectos urbanísticos que se desarrollaron en Málaga a finales del siglo XIX y principios del XX promovidos y patrocinados por la emergente y poderosa burguesía malacitana. El éxito industrial y comercial que la ciudad experimentó a lo largo de la centuria decimonónica tuvo como consecuencia la realización de grandes obras de infraestructura, como el desarrollo de las líneas de ferrocarril y tranvía, la mejora de los caminos o la ampliación del puerto de la ciudad. En este caso, nos es especialmente significativo el proyecto de ampliación del puerto, el cual se realizó con piedras procedentes de la cantera de San Telmo, lugar donde años más tarde se construirían los afamados baños. En esta pequeña colina sobre el mar coronada en el Medievo por la torre defensiva de San Telmo, se abrió una cantera en el siglo XIX y se construyó un pequeño puerto para cargar los materiales, que pocos años después cayó en desuso por la llegada a la zona del ferrocarril. Tras este abandono, la zona adquirió un especial atractivo a los ojos de Enrique García de Toledo, empresario malagueño que tomó la iniciativa de crear en este emplazamiento un nuevo espacio de ocio y esparcimiento para las clases altas de la época.
El 16 de julio de 1918, con proyecto del ingeniero Carlos Loring Martínez, se inauguraron con gran éxito los Baños. Un balneario que supuso toda una innovación en la época pues, frente a los antiguos baños cerrados, éste representaba la modernidad con un nuevo concepto de baños de mar y sol, al aire libre. Se convirtieron en el gran espacio de ocio de la ciudad, en el referente de la vida social malagueña, contando con servicio directo de tranvía. En 1920 se ampliaron sus instalaciones y su oferta construyendo un embarcadero, una pantalla de cine, un exclusivo restaurante con salón de baile y una pista de tenis; e incluso sus instalaciones albergaron el primer campo de fútbol de la ciudad (desde 1922 hasta 1941, cuando se inauguró el Estadio de la Rosaleda). Artísticamente hablando, destacaba su vistosa portada de ladrillo y cerámica que daba acceso a una zona amplía en la que llamaba la atención el edificio central, con su salón de baile en el piso bajo, las terrazas, los porches volados y un conjunto de pérgolas sobre columnas de mármol liso y otras de mármol aglomerado, soportes que pudieron proceder de alguno de los conventos desamortizados. La alta burguesía disfrutaba de sus bellas, variadas e innovadoras instalaciones en las que, además, se celebraban continuamente verbenas, fiestas privadas, competiciones deportivas y otras muchas actividades lúdicas. El espacio también contaba con un enorme bosque natural de eucaliptos que en el año 1958 fue el soporte de un camping construido por el arquitecto Andrés Escassi.
Tras la división de terrenos y concesiones provocada por la construcción del camping y el paso de los años, este complejo dejó de tener éxito, su playa privada se abrió al público y su exclusividad comenzó a desvanecerse poco a poco hasta llegar a abandonarse y deteriorarse por completo convirtiéndose en un espacio marginal, sin que las autoridades competentes hayan hecho nada para remediarlo durante décadas. En la actualidad sólo se mantienen en pie el restaurante, que funciona por una concesión privada; el bosque de eucaliptos que, hasta 2012 fue territorio de ocupas; una pista de tenis actualmente en uso; y Astilleros Nereo, una empresa dedicada al tradicional oficio de la carpintería de ribera que se encuentra a continuación del muro de los baños y que forma parte del recinto desde el año 1966. El abandono ha ido consumiendo lentamente este bello espacio que la naturaleza y la basura han hecho suyo ocupando todo. El estado del muro y la portada es lamentable, pero aún más lo que queda de las arquitecturas y los espacios que allí estuvieron: la mayoría de pérgolas no tienen recubrimiento, las columnas llenas de grietas carecen de sujeción sobre un suelo agrietado y levantado, las pintadas sobre los muros u objetos decorativos son abundantes, sólo se conservan unos pocos metros de la antigua y bella azulejería del suelo, ventanales y puertas están tapiados, la maravillosa fuente situada tras el restaurante se adivina tras espesas capas de vegetación, el bosque de eucaliptos se encuentra en absoluto descuido y las pistas de tenis se conservan a duras penas gracias a su constante uso por los ciudadanos.
En 1988, tres empresas obtienen la concesión administrativa del balneario, actualmente las constructoras Vera y Acha, bajo la denominación de Parque Balneario Nuestra Señora del Carmen S.A. Por lo tanto, estos baños pasan a ser, paradójicamente, un espacio de titularidad pública y privada al mismo tiempo, un curioso estado administrativo que ha provocado el abandono de sus instalaciones, llegando a rozar la ruina en muchos espacios, por no haber un acuerdo entre los responsables implicados. En 1993 el Ayuntamiento aprobó de forma definitiva un plan especial para la regeneración de este conjunto con el informe favorable de la Demarcación de Costas. A partir de entonces se han sucedido una serie de retrasos por parte del Ministerio de Medioambiente y del propio Ayuntamiento que se han prolongado hasta la actualidad como un proyecto de rehabilitación eterno cuya realización lleva esperándose más de veinte años. En junio de 2010 pareció verse la luz al final del túnel al aprobar el Ministerio de Medioambiente el primer proyecto definitivo, con una inversión de 13,4 millones de euros que conllevaba el rescate de la concesión administrativa declarada de utilidad pública. Pocos meses después el proceso se paraliza al negarse a ceder las concesionarias, las cuales recurren la valoración de los terrenos y el rescate de la concesión en la Audiencia Nacional. La espera judicial por estos recursos y la llegada de la crisis económica provocaron, un año después, la renuncia del proyecto municipal por parte del Ayuntamiento dejando las mejoras de la zona en manos privadas. Paradójicamente, hace pocos días, se dio a conocer un nuevo y ambicioso proyecto privado presentando por las dos mismas concesionarias que se negaron a ceder años atrás, consistente en un lujoso hotel de cuatro estrellas, un aparcamiento subterráneo, la rehabilitación del restaurante, la creación de nuevas playas y espigones y el ensanche del paseo marítimo. Un proyecto que el Ayuntamiento defiende con fuerza por ser una propuesta “bonita, atractiva y una idea diferente”, según la alcaldía, pero que se ha granjeado muchos enemigos, como los partidos políticos de la oposición o el Colegio de Arquitectos, por no otorgarse la adjudicación del proyecto mediante un concurso público, convirtiéndose así la zona en un espacio público que se pretende privatizar (como ya ocurrió a principios del siglo XX) sin contar con la opinión de los ciudadanos.
Ante todo, el proyecto debería respetar la identidad, la esencia y la historia del conjunto. Son admirables este tipo de planes que pretenden recuperar espacios tan degradados como los Baños del Carmen, pero siempre dentro de los límites del respeto hacia la historia y la estética originaria del conjunto. Con este nuevo trazado, los Baños del Carmen es posible que dejaran de ser reconocidos por los ciudadanos y se convirtieran en otro de tantos espacios hoteleros que posee el litoral malagueño. Esa atmósfera decadente, ese romanticismo, esa belleza artística que se adivina bajo la maleza, ese encanto especial que rezuma este conjunto desaparecerían para siempre si los intereses económicos ganaran la batalla definitivamente al recuerdo.